Después del éxito de Haciendo jabón casero con María Antonia y Catalina, volvemos con un nuevo artículo sobre este maravilloso mundo del jabón casero. Hoy os queremos contar la preciosa historia que nos ha hecho llegar por correo electrónico nuestra buena amiga Rosario, una bióloga enamorada del aceite de oliva. En ella nos cuenta cómo, después de mucho investigar y probar, dio con la fórmula y la receta del jabón casero perfecto, que por cortesía de Rosario, os dejamos al final del artículo. Sin embargo, merece la pena que os leáis su historia, que a continuación reproducimos…
La historia del jabón casero de Rosario
<< Para agradecerte el artículo, te voy a contar una anécdota relacionada con el tema…
A finales de los 90 y comienzos de los 2000, me dio por hacer jabón, y sólo utilizaba aceite de oliva virgen extra. Todo empezó en un Instituto en el que daba clases de Biología, y en el que coincidí con una chica que había huido de la vida de Madrid para instalarse en la aldea de mi madre, Peroblasco, a 3 km de mi pueblo, abandonada en el invierno cuando sólo vivían la familia de esta compañera, que eran cuatro, ellos y dos hijos, y otra amiga de ella con su marido.
Alicia, trabajaba en la secretaria del Instituto por lo que tenía mas tiempo que yo, que andaba de cabeza con las clases. Recuperaba tradiciones como tejer en un telar del siglo XVII, hacía cremas para las heridas con aceite de oliva y Plantago media o Llantén, que yo también aprendí a hacer. Un día me comentó que le gustaría aprender a hacer jabón pero que no conocía a nadie que supiera hacerlo.
De niña había visto hacer jabón a mi madre y a mi abuela con el aceite de oliva sobrante del año anterior, y a veces con la grasa del cerdo. Era un jabón sólo para lavar ropa. Aunque hacía muchos años que no se hacía, hablamos con mi madre y deduje que la cantidad de sosa cáustica ( Na OH) que utilizaban las mujeres de entonces, era excesiva, yo pretendía hacer un jabón de mucha calidad.
Comencé la investigación consiguiendo libros, y nos pusimos ella en su casa de la aldea y yo en la mía de Logroño, con la inestimable ayuda de Rodolfo, mi pareja, a hacer un jabón cada vez de mas calidad, pues fui disminuyendo la cantidad de sosa hasta llegar al mínimo posible para que se diese la reacción. Nosotros ya no teníamos aceite, pero nos lo regalaba mi madre cuando Alicia y yo quedábamos en la casa de mis padres en mi pueblo, pues para entonces, nosotras ya no trabajábamos en el mismo Instituto; el aceite era virgen extra, de los olivos de sus primos en un pueblo vecino al nuestro, Préjano, más llano, donde los olivos ya no estaban en tablas sino en espacios mas abiertos.
Nosotros nos sofisticamos mucho, íbamos al campo a por hierbas como lavanda, romero, tomillo, que añadíamos en infusión al agua que se mezclaba con la sosa. Además, al final del proceso de saponificación, añadíamos aceites esenciales dependiendo de las propiedades que queríamos que tuviera el jabón resultante. Buscamos moldes, ardua tarea, que seguro es una tontería, pero yo no sabía como encontrarlos, hasta compramos por internet unos a EEUU, pues yo quería quedase perfecto. Todo lo heredó Alicia cuando yo decidí no volver a hacer, una vez terminada la investigación, habiendo conseguido la perfección.
Repartía los jabones entre mis amigas que hacían de cobayas dándome su opinión. En esto se dieron dos circunstancias inesperadas; una que a Rodolfo le dieron una beca del Gobierno de la Rioja para dar clase de Lengua Española en Bangor, una Universidad de Gales, del 21 de septiembre al 21 de diciembre, día de mi cumpleaños, del 2001, y por otra, ese año pude dar clases en horario de tarde, que se llama nocturno a alumnos de bachillerato mayores de 18 años en mi instituto preferido donde tenía amigas y muy buenos compañeros que ya conocía de antes.
Era la primera vez que nos separábamos, y para quitarme el tedio y la pena, seguí investigando. Así, por casualidad, por un error, como tantas veces ha ocurrido en la Ciencia, descubrí que la espuma en el jabón la da la glicerina, un componente que se desprende en la saponificación, pero no en suficiente cantidad como para que sea la deseada. Un día, utilicé tan poca cantidad de sosa, que no se completó la reacción, quedando un sobrenadante líquido. Esa tarde lo comenté con el profesor de Química, para entonces hacían también de cobayas mis compañeros, y no fue difícil llegar a la conclusión de que aquello era glicerina.
Como me daba pena tirarlo, al siguiente día le eché ese sobrenadante al producto final de la saponificación, y ese jabón, cuando estuvo seco, daba mucha más espuma que los anteriores. No descubrí nada nuevo para el mundo porque luego lo leí en un libro, pero para mí fue un avance que me puso muy contenta.
Una vez conseguido el producto deseado, redacté la fórmula y la repartí entre todos mis alumnos de Biologia de bachillerato, para que si alguno quería, lo hiciese en su casa. A los días hubo varios que trajeron para que los viéramos, unos jabones magníficos que habían hecho ellos mismos. >>
La receta del jabón casero de Rosario
1 litro de aceite de oliva virgen.
1 litro de agua, mejor destilada, pero también sirve el agua del grifo.
135 gramos de sosa cáustica: NaOH
Mascarilla y guantes. Si la sosa entra en contacto con la piel, la quema; como es un álcali hay que neutralizarla con un ácido, por lo que hay que tener a mano zumo de limón o vinagre, por si acaso.
- Poner un litro de agua fría o de infusión de plantas o flores en un cubo de plástico o de cristal.
- Echar los 135 grs. de sosa sobre el agua (nunca el agua sobre la sosa). Para hacerlo, llevar puesta una mascarilla: la reacción desprende calor y se eleva la temperatura del agua. Aunque el valor de saponificación del aceite de oliva es 135 gramos de NaOH, yo suelo echar algo menos.
- Verter el aceite a temperatura ambiente sobre la sosa con agua.
- 4a. Dar vueltas hasta que la mezcla cambie de color y se quede amarilla brillante (nacarada) y espese un poco; puede tardar entre 30 minutos y dos horas, cuanta menos sosa tenga más tiempo tardará en producirse la reacción.
4b. Se acelera la reacción si en una parte del aceite, por ejemplo unos 100 ó 200 ml, disolvemos calentando un poco unos 25 ó 30 gr de cera de abeja y lo añadimos a la mezcla, dándole vueltas para que no queden grumos; en este caso, la reacción solo tarda unos cinco o diez minutos. Es importante mantener la temperatura de la mezcla entre 38º y 60º C de máxima; como se va enfriando con el paso del tiempo, se puede colocar en la misma fregadera agua caliente del grifo, como un baño maría, en el que está el cubo de plástico. Si se utiliza la cera de abejas, no es necesario, por ser la reacción muy rápida. - Cuando empiece a espesar, se añaden 15 ó 20 mililitros de glicerina para que el jabón tenga espuma. Se revuelve bien esta glicerina y ya se puede verter el jabón en los moldes. Si se quiere, este es el momento de añadir algún aditivo al final del proceso, como aceites esenciales (unos 15 ml), miel (unos 25 gramos), nata (unos 50 ml), flores, aceite de almendras (unos 50 ml). Revolver bien el aditivo antes de poner el jabón en los moldes. Todos los aditivos deben ser añadidos a temperatura templada.
- Se vierte en los moldes. Se tapan con un cartón y se dejan en un lugar sin corrientes de aire, para que siga el proceso de saponificación unas dos horas más.
- Desmoldar cuando esté duro –que el dedo no se hunda- entre dos y seis días. Si se meten los moldes una media hora en el congelador se desmoldan muy bien. Los moldes deben ser de plástico o de cristal.
- Dejar secar en un lugar seco, ventilado sin corrientes de aire y oscuro cuatro semanas antes de usarlos. Si se utiliza sin secar bien, el jabón podría ser agresivo para la piel.
Gracias Rosario, por tu aportación y por ser una embajadora tan fantástica de nuestro aceite de oliva virgen extra :-)
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